Por Paola Lozano
En el panorama contemporáneo de la joyería colombiana, emergen voces que no solo transforman materiales, sino también narrativas. Artistas que, más allá del ornamento, se sumergen en la memoria, la emoción y el símbolo para construir piezas que laten.
En Colombia, la joyería tiene raíces profundas en lo sagrado y lo ceremonial. Mucho antes de la llegada de los colonizadores, las culturas originarias trabajaban el oro como un vehículo espiritual, como una ofrenda al universo. Con la colonización, muchas de estas prácticas fueron intervenidas, amalgamadas, desplazadas por otras visiones del valor y la estética. Sin embargo, el carácter simbólico de la joya ha persistido como una corriente subterránea, esperando nuevas voces para resignificarse.
Joyería Cano ha sido, durante décadas, un puente entre pasado y presente. Un referente histórico en el país por preservar y reinterpretar las técnicas ancestrales del oro precolombino, manteniendo un diálogo respetuoso con las raíces culturales de Colombia. Su trabajo ha demostrado que el lujo puede ser memoria viva, que lo ancestral aún puede brillar con luz contemporánea.
Hoy, nuevas generaciones de creadores retoman ese legado, no para replicarlo, sino para expandirlo desde otras miradas. Buscan ya no seguir moldes, sino escuchar el corazón y la emoción, darle forma al instante, a la herida, al deseo.

En ese contexto, Valentina Quintero irrumpe con fuerza, sensibilidad y visión. Hace poco más de un año llegó al mundo de la joyería con una propuesta radical y profundamente poética. Su trabajo apela a la sostenibilidad desde lugares inesperados: huesos, conchas y espinas de pescado, todos estos recubiertos en oro, cobre o plata. Elementos que el mundo podría considerar desechos o desprovistos de belleza, pero que ella transforma en arte.
Su marca homónima nace desde la fractura, desde lo roto como punto de partida para sanar. Cada pieza es un acto alquímico: toma lo olvidado, lo descartado, y lo convierte en símbolo, en gesto, en presencia. Sus joyas confrontan, asombran y deslumbran. Nos invitan a ver con otros ojos, a imaginar otras formas de belleza, otras formas de valor. Son piezas de ensoñación, donde lo orgánico y lo sagrado se funden en un mismo lenguaje.
Estamos viviendo una era de lujo consciente. Un lujo con historia, con cicatrices, con memoria. Ya no se trata solo de adornar, sino de narrar, curar, transformar. En este nuevo paradigma, la joya deja de ser objeto para convertirse en experiencia, en lenguaje en manifestación, en huella y en posibilidad…